sábado, 19 de junio de 2010

Sus palabras decían de memoria lo que dicen todas.

Cuando escribo algo para el blog se me olvida que ya me conoces. Por eso no he subido nada, porque todo está lleno de explicaciones que a ti, no hace falta darte, las intuyes de sobra. Las intuías cuando casi no me conocías y las sigues intuyendo ahora.

A veces, también se me olvida que me canso de dar explicaciones.

Cada vez escribo peor. Cada vez encuentro que otros, dicen lo que quiero decir mejor que yo.

Dejo sólo la inicial del nombre original que aparece en el libro, para que la casualidad duela un poco más:

“M. esperaba en el mismo sitio, inmóvil, pensativa, un tanto desconcertada: parecía una de esas infelices criaturas que en un momento determinado de sus vidas decidieron ser chicas formales, pero que ya en el presente, por razones que ellas no llegan a comprender del todo, el ser chicas formales empieza a no compensarlas en absoluto. Había en su rostro, en su sonrisa obstinada, esa tristeza conmovedora y perfectamente inútil de los que aconsejan a ricos y pobres que se amen.

Abandonándose temblorosa a sus brazos, transpiraba una especie de fatiga moral largo tiempo soportada, y que ahora la enardecía y la traicionaba: de aquella pretendida formalidad ya no quedaba más que la natural timidez y un dichoso aire de desamparo que él no habría sabido determinar, pero que le resultaba decididamente familiar y le inquietaba, como si en él presintiera un peligro conocido.”

Últimas tardes con Teresa [Juan Marsé]