martes, 23 de julio de 2013

Pequeña reflexión sobre el corazón que habito

Recordar viene del latín re(de nuevo) y cordis (corazón), recordar significa volver a pasar por el corazón. En la Cultura Clásica, la sede del pensamiento no era el cerebro, sino el corazón, la mente estaba en ese músculo que se mueve con violencia mientras que la función del cerebro  se limitaba a la refrigeración de la sangre. Así que, todas esas imágenes de tu madre curándote las rodillas, las capitales de Europa, las poesías de Lorca, saber montar en bici, la extraña certeza de que ése del espejo eres tú … estuvieron durante mucho tiempo latiendo entre tus costillas.

No deberíamos subestimar a los griegos, había muchos indicios para pensar así, ningún humano se desprendería de un recuerdo que acelerase sus latidos, aunque resulte poco íntimo. De esta forma, el lenguaje como un minero, ha transportado estos significados durante siglos, y siendo pronunciados por millones de personas a través del tiempo, aún persisten. Learn by heart, Par coeur…como árboles milenarios encarnados en nuestros labios.

Me imagino en la antigua Grecia con un agujero en el corazón, con mis pensamientos mezclándose entre ellos, escapando de su recorrido natural, fluyendo hacia una cavidad equivocada. Me asusto. El ser humano es un animal simbólico, y esta historia puede llegar a ser tan metafórica que dé la vuelta hasta llegar a tocar la realidad, si es que no lo ha hecho ya.

Yo llevo unos días con pájaros en la cabeza y pensamientos en el pecho. ¿Cuántas veces al día escuchas la palabra “corazón”? Créeme que son más. Así que dime lo primero que se te pase por el corazón.

Fdo. Mi corazón, salvaje y estepario y los dibujos de Leonardo Da Vinci.

lunes, 1 de julio de 2013

Cuerpo escombro

En 1981 abrió una tienda en Nueva York; una tienda neoyorkina le compró dos colecciones, valoradas en 18 millones de pesetas, que nunca le devolvieron. En 1982 fue su presentación en Madrid y en 1983 hizo su primera colección completa para Galerías Preciados. En 1987 se presentó en Italia, Alemania y Gran Bretaña. Un año más tarde abrió tienda en Madrid y al año siguiente se presentó en París y en Japón. El País del 9 de octubre de 1994

Ayer volví a leer aquello que escribiste sobre la soledad doméstica. Lo he leído otras tres veces desde que recuperé el hábito de visitar este sitio que creamos para recuperar no sé qué costumbre. Y aquí estoy, en este pueblo donde los veranos son un eterno día de la marmota y calor seco. Aquellos once días que precedían a la repetición constante, a las mismas caras con las mismas conversaciones se han comprimido en un fin de semana. En dos días ya me he hartado. Sólo el amor me ha retenido aquí un día más, y ni siquiera estoy segura de si ha sido el amor o el deseo. Esta tarde vuelvo a huir.

El museo de Manuel Piña está excavado en la tierra, en el sótano del centro cultural “Ciega de Manzanares”. Lo sé, da para muchos juegos de palabras. Yo he pasado muchas tardes de mi adolescencia entre esos muros. El sitio en cuestión es una inmensa casona de columnas y patio central del siglo XVI, este tipo de construcción dice mucho de la vida privada en La Mancha en el pasado. Todas las puertas se abren hacia el patio, como un panóptico. Almodóvar también se ha dado cuenta de esto. No hay forma de salir sin ser visto.

Sin embargo la gente se desconoce. Una vez me enamoré de un estudiante de piano, las habitaciones que dan al patio son hoy salas de música donde ensayan los aprendices. Las tardes que yo pasaba allí, las pasaba dos pisos por encima, en los trasteros, rodeada de viejos decorados del grupo de teatro y todos aquellos trastos a los que nadie parecía encontrar un uso. Allí estaban los trajes de Manuel Piña antes de que hicieran el museo. Los trajes abandonaron los trasteros en mayo de 2007, el mismo año en  que muchas de mis cosas abandonaron en cajas este lugar, y yo con ellas.

Mi pianista y yo pasamos las mismas tardes, la misma adolescencia en el mismo lugar, y nos desconocíamos.  Años más tarde me vi besando con fruición  a ese mismo hombre en las escaleras que llevaban a los trasteros, en ese beso ninguno sabía que habíamos estado en el mismo sitio tanto tiempo separados sólo por un par de muros encalados. Muchas relaciones aquí son así, de un desconocimiento tan familiar que asusta.

He estado buscando una entrevista al diseñador que leí hace años pero no la he encontrado. Lo único que recuerdo de esa entrevista es su sentimiento de incomprensión, de extrañamiento ante las miradas lejanas de las gentes de este lugar al que volvió para pasar sus últimos días. No sé si este trozo de memoria es fiable o sólo una proyección de mi pensamiento. Este fin de semana ha vuelto este sentimiento a mí, y he recordado esa entrevista. Mis viejos conocidos me miraban con ojos lejanos, yo no les entendía a ellos y ellos no me entendían a mí.

Este pueblo es una mujer difícil de conocer, nosotros mismos nos referimos a él en femenino. Otros pueblos en los que he estado me parecían hombres, como los pueblos de la costa cántabra, te rodean y agarran como los brazos de un hombre, se muestran como son, con todas las cicatrices de la erosión, accidentados, moldeados por la violencia del mar y nada más. A un hombre no le cuesta nada desnudarse. Pero esta mujer que consigue que la perdones una y otra vez aunque te recuerda todos tus pecados siempre que puede, que casi nunca se muestra como es, que no entiende de expiaciones, excava la piedra para
guardar sus tesoros y exhibe sus trastos en las azoteas.

Con amor y absurdidad

P.

PD. Este fin de semana me han llamado “cuerpo escombro” para decirme que he adelgazado. Sublime

miércoles, 19 de octubre de 2011

Besaré todas tus cicatrices, pero por favor, vuelve.




Bajo el cielo azul oscuro de aquel pueblo de la costa cántabra, sentados frente al mar, ella ataba sus rodillas fuertemente cotra el pecho y él con las manos bajo los muslos balanceaba las piernas golpeando los talones contra el bloque de cemento en el que estaban sentados. Su mujer dictaba aquellas palabras como una oración infantilmente apredida:

- Quiero cortarme. Quiero ver el dolor, porque es lo más físico que se puede mostrar. No puedes mostrar el dolor interno. Quiero cortarme, cortarme, enseñarlo, enseñarlo. Sacarlo fuera.

- ¿Pero sacar el qué?

- Sólo dolor.

En otro tiempo la habría reprendido, la habría zarandeado intentando sacar todos aquellos cuervos que parecían estar devorándola, pero ya se encontraban en ese punto en el que todo se hace eterno, y el único sonido que pudo articular fue el de un beso en la frente.

Saltaron a la arena, ella se agachó para arremangarse los pantalones y con las sandalias en la mano caminaron hacia la orilla. A pesar de que el cielo estaba despejado hacía frío y la playa estaba desierta. Fueron todo el tiempo en silencio, hasta que llegaron al faro, se pusieron las sandalias y subieron las escaleras hasta el aparcamiento.

- ¿Cónduzco yo?

- Si encuentro las llaves… - Ella puso el bolso encima del capó y con el brazo metido hasta el codo removía todo el contenido del bolso en busca de las llaves-.

Se metieron en el coche, su mujer puso los pies sobre el asiento y se los frotaba intentando entrar en calor. Parados en un semáforo, Jèrome sintió vergüenza de sí mismo, recordó un momento nocturno de su adolescencia en el que en una calle estrecha del pueblo de sus padres, pisó el acelerador con la intención de estrellarse contra una pared, un coche, lo que fuera… Fue cuando Aurora y él lo dejaron, aquello sólo fue una estúpida llamada de atención, haber hecho aquello era una como burlarse de su mujer. Lo peor de todo, es que después de todas las toallas calientes, de las noches en urgencias y de las suturas desinfectadas, no encontraba manera de expiar su culpa. Deseaba que todos los cortes de Aurora le sangraran a él, que toda la maraña de pensamientos que la anulaban y reducían a aquel ser indefenso, existiera materialmente, como un trozo de carne de animal. Pero no cómo la carne de los brazos y las piernas, y el abdomen de Aurora.

Los números del ascensor se encendían de uno en uno hasta que llegaron al quinto. Pasaron al piso y se cambiaron de ropa.

- Queda algo de comida china de ayer ¿o quieres que cocinemos algo?

- La comida china está bien…

Apagó la luz del salón, mientras su mujer encendía una pequeña lámpara que proyectaba la luz en el techo y bañaba la estancia de luz tenue y amarilla. Jèrome se despertó en el sofá, con Aurora hablando en sueños -Vuelve, vuelve-, él la cogió y la llevó a la cama, al dejarla sobre la cama la camiseta del pijama había dejado al descubierto una cicatriz que cortaba su hombro en diagonal. Se tumbó a su lado, apagó la luz y le besó el hombro.

jueves, 31 de marzo de 2011

Le matin (Madrid, 2011)


- ¿Qué por qué no le dejo?...mmm, veamos… hace el amor en francés.
- ¿Cómo? ¿Es francés? Si me dijiste que se llamaba Ernesto.
- No, no es francés… no sé…los franceses deben de tener una forma especial de hacer el amor ¿no? Pues con él es así, aunque no sea francés.
- Sigo sin entenderte…
- Pff… mira tú, por ejemplo, no haces el amor en francés, porque si lo hicieras, primero, lo sabrías, y… además, no te habría dejado ¿no crees?
- Puedo aprender a hacer el amor en francés si quieres. Aprendí algo de francés en el instituto.
- ¿En serio crees que cuando digo que él hace el amor en francés me refiero a que se limita a susurrarme en francés?
- Ya…yo creía…bueno…nada, déjalo.

En ese momento se levantó, se acercó a la ventana, procurando no rozarse con esas horribles y viejas cortinas color crema, sin dejar de mirar por la ventana extendió su brazo en busca del tabaco que había encima del escritorio y encendió un cigarrillo. Estuvo unos minutos desnuda ante la ventana fumando con desgana. Él seguía en la cama, observando como se observa a un cuerpo que amas pero a alguien que detestas.

Cuando se giró se encontró a su pálido compañero sentado en el piano de pared. El piano y la gran ventana que dejaba pasar el sol del primer día de abril eran lo único que parecía escapar de la sordidez de la habitación. Él le miraba con una mueca extraña, le daba el sol directamente en los ojos. Ella no pudo evitar sonreir. Deseó mantener esa imagen marcada como un mordisco en la piel mojada, que permaneciera, no toda la vida, sólo un instante más. Lo hubiera deseado o no, las cosas con él no permanecían de otro modo.

- En todo este tiempo juntos no has sido capaz de tocar nada delante de mí ¿y tienes el valor de hacerlo ahora?
- Puedo tocar algo francés.
- Conociéndote convertirás esto en un burdel.
- Teniendo en cuenta lo que ha pasado esta noche, creo que esto ya es un burdel.

En ese instante ella empezó a vestirse rápido, buscó el sujetador entre las sábanas y lo metió en el bolso. Se recogió el pelo con los dedos tan rápido que se dejó varios mechones sueltos. Él ya llevaba tiempo tocando. Pero no parecía francés, y menos música de burdel.

No se oyó ningún portazo.

miércoles, 16 de marzo de 2011

La historia de dos cuerpos desnudos en una habitación blanca

Así eran las cosas por la mañana. La luz hacía la habitación distinta pero impecable. No había rincón para el pecado en una mañana tan clara, en una habitación tan blanca y con un cuerpo tan etéreo encima de mi cama.


Habíamos dormido juntos muchas otras veces, en otras situaciones, otras camas y de otras maneras. Pero nunca habíamos acabado desnudos. Éramos dos amigos desnudos encima de una cama. Una fuerza extraña y sobrenatural me había despertado antes que a ella. Gracias.


¿Cómo era posible esa desnudez? La forma de su cuerpo debajo de la sábana creaba una línea curva perfecta, pulcra. Si hubiera sido uno de esos poetas, habría escrito una canción gloriosa sólo sobre aquella curva, sobre este momento preciso. O más fácil, más mediocre, más yo, me hubiera levantado y hubiera elegido sutilmente una cinta. El traqueteo sublime de una cinta que da paso a una oda de romance. El daydream de wallace collection con ese momento perfecto en el que se puede escuchar un atisbo de el lago de los cisnes. Pero no eran los noventa, no había traqueteo, y el silencio profundo del cuarto me impedía romper el ensueño, el daydream.


La miré como cualquiera de las otras mañanas. Era ella, era yo, pero no éramos nosotros. La sola idea de habernos desnudado el uno al otro dormidos, me estremecía. Intenté acercarme un poco, poniendo mi mayor empeño para no hacer ruido ni siquiera al mover las sábanas. Pensaba si se habría creado también una forma correcta entre mi nariz y la suya, y entonces aspiré. Aspiré su olor y mi cabeza se incendió. Era ella, era yo, éramos nosotros tantas otras veces. Su olor era mi cuaderno de recuerdos. Tantas veces había intentado mantenerlo cerrado, evitar lo inevitable, pero ya no más. La claridad era ahora absoluta y ya solo era cuestión de esperar un movimiento a modo de señal. El fuego en la cabeza estaba abrasándome los brazos y latía fuerte en las muñecas. La habitación se había llenado de humo, humo blanco, y si ella no abría la boca, los dos nos ahogaríamos, pero me moriría así, junto aquella estatua esculpida por algún ángel iracundo.

Podría haberme muerto y no lo hubiera notado.


Entonces, mi socorro estrangulado escuchó su redención.

- Hola bonito.

Y así, mi perdón.





[ to be continued ]

domingo, 13 de marzo de 2011

El día que me enamoré de Nacho Vegas


Ha sido un fin de semana de fiebre y resaca, y como casi todos los domingos de este tipo he pensado que lo único que me puede entrar por los oídos es Nacho.

Nacho vino a mí de la mano de El tiempo de las cerezas, y a pesar del culto que he rendido a Bunbury, cuando escucho ese disco, veo a Nacho por todas partes, y muy poco al aragonés (¿guatemalteco? ¿mexicano?). Quizás por eso cuando te compraste este disco te costaba un poco más sentarte a escucharlo.

Porque querer a Nacho cuesta, las vibraciones de su voz no te atraviesan el estómago, no es profunda ni parece sacada de un mundo subterráneo. Al principio pensaba que si no era su voz lo que me enganchaba serían sus letras, pero no, porque hay otros grandes letristas con otras voces y no me enganchan. La voz de Nacho es la voz que quieres que te despierte un domingo de resaca, una voz que tiene cuidado, una voz que suena suave aunque te esté llamando puta.

El día que me enamoré de Nacho Vegas, ya lejos de El tiempo de las cerezas, fue con una de sus canciones que menos escucho ahora El hombre que casi conoció a Michi Panero. No es una de las canciones que más agarrada tenga en mis venas, pero creo que en ella está todo lo que Nacho suele verter en sus letras: reflexión sobre el fin de la vida, la naturaleza del ser humano sin artificios sociales, como un animal; amor cotidiano, sin idealizaciones, y ese tipo de sátira que me gusta pensar que es humor, porque acaba sacándome una sonrisa (Lo que comen las brujas).

Hacen falta cien escuchas para amar a Nacho, pero cien escuchas de una o dos canciones; al menos así es cómo empecé a amarlo yo. Hay un momento en el que toda la dificultad que entrañaba comprender sus largos versos desaparece. Ya puedes dejar caer brazos, ya puedes aflojar los músculos, ya puedes llorar tranquila (Morir o matar). Y cura, cura muchísimo.

Pienso que las personas tienen un ritmo interno, por eso hay ciertas músicas que nos calman, porque se sincronizan con esa cadencia interna nuestra, como una madre que mece a un niño. Nacho es como un bálsamo (Canción de palacio #7).

Considero que Nacho es uno de los mejores letristas que tiene este país en el momento. Precisamente por eso necesita cien escuchas, porque la historia –porque Nacho es un contador de historias (Mondúber)- cobra un nuevo sentido en cada escucha. De pequeña mi madre no me contaba cuentos, me ponía una cinta de casete –cara A y cara B- hasta que me dormía. Cuando escucho la historia que cuenta Nacho, suplico que no se acabe, que continúe, una desazón parecida a tener que gritarle a tu madre desde tu habitación que corra a darle la vuelta a la cinta.

Este es un poema que está recogido en el libro publicado con su antigua discográfica Limbo Starr, (Política de hechos consumados) es una edición especial con ilustraciones de Pablo Gallo. Un fetiche para cualquier seguidor:

Tengo un reproche que hacerle al mundo.
Lo culpo por haber desatado sobre mí
toda la furia de este mal incurable,
de esta patología del espíritu:
El doble don de la sensibilidad suficiente
para apreciar las cosas buenas y sencillas,
y la absoluta incapacidad para disfrutar de ellas.
No es la mala vida la que me mata, no;
es la vida toda
y mi conciencia extrema de ella
-vislumbre de la muerte.
Primero maldigo. Luego
reclamo un poco de atención:
Dimito como ser humano.

Con amor y absurdidad
, quede claro que en este horror no hay literatura. No.

viernes, 12 de noviembre de 2010

Convierto tu cuerpo en un altar, y todas las demás cosas se desvanecen entre la niebla que dejan mis sueños. Y luego despierto. Y sigues ahí.
y nos vamos a nuestro mundo esta noche tu y yo..
Asi nos dijeron quedate dormido en una vagina, y yo simplemente soñé con tu expresión sensible en mi cara. Life's worht living for who knows what could happen..mi vida cada vez mas entiende una actitud guadiana.aparece y desaperece con la fuerza de un ciclón. el mismo dia que la alegria enseña sus cartas, el recuerdo de un amor me hunde, me hace pequeña y me dice:¡no!