viernes, 12 de noviembre de 2010

Convierto tu cuerpo en un altar, y todas las demás cosas se desvanecen entre la niebla que dejan mis sueños. Y luego despierto. Y sigues ahí.
y nos vamos a nuestro mundo esta noche tu y yo..
Asi nos dijeron quedate dormido en una vagina, y yo simplemente soñé con tu expresión sensible en mi cara. Life's worht living for who knows what could happen..mi vida cada vez mas entiende una actitud guadiana.aparece y desaperece con la fuerza de un ciclón. el mismo dia que la alegria enseña sus cartas, el recuerdo de un amor me hunde, me hace pequeña y me dice:¡no!

domingo, 25 de julio de 2010

Verano de mala madre.


Su voz era como un goteo. Pensaban que ella fue (alguna vez) feliz. Pensaban que ella no tenía gatos en casa, mas con las piernas arañadas paseaba los veranos de mala madre. Aquí, exceptuando los primeros once días, todos los veranos son así.

Hubo un verano diferente. Jèrôme podría contar esa historia mejor que yo. Pero Jèrôme ya no está. Aquel verano soñaban con ser otros en alguna playa de piedras. Alguna playa nocturna.
Contaban hasta tres y cerraban los ojos. A veces la veo intentándolo de nuevo, pero hace falta el alma del mar para que el viento se convierta en brisa y susurre algún secreto. Le gustaba pensar que Jèrôme tenía un alma del mar, pero todos aquí sabíamos, y más después de lo acontecido, que Jèrôme sólo traía susurros.

En sus ojos se intuía ese pensamiento recurrente que no le dejaba avanzar. La belleza era un hombre.

Jèrôme se rascaba la barba. Jèrôme cruzaba las piernas. Jèrôme la llevaba a un puente con vistas a la carretera, y le besaba con besos pequeños. Sus abrazos adoptaban posturas tan blandas que ella parecía encoger. Creo que en aquel momento ella habría muerto por amor.


El día que Jèrôme se marchó nada salió como debía salir, al menos no como nos han enseñado que acaban estas historias.

Ella debió entender el mensaje antes. Cuando llegó encontró una concha de nácar en el buzón. La sostuvo un segundo entre sus manos e intentó escuchar los susurros de dentro de la concha. No escuchó nada. Fue entonces cuando corrió, y nada salió como debía salir.

Los trenes esperan a los amantes. La belleza era un hombre. Los amantes corren y alcanzan a su amor con un pie en el vagón. Pero nada salió como debía salir, al menos no como nos han enseñado.

sábado, 19 de junio de 2010

Sus palabras decían de memoria lo que dicen todas.

Cuando escribo algo para el blog se me olvida que ya me conoces. Por eso no he subido nada, porque todo está lleno de explicaciones que a ti, no hace falta darte, las intuyes de sobra. Las intuías cuando casi no me conocías y las sigues intuyendo ahora.

A veces, también se me olvida que me canso de dar explicaciones.

Cada vez escribo peor. Cada vez encuentro que otros, dicen lo que quiero decir mejor que yo.

Dejo sólo la inicial del nombre original que aparece en el libro, para que la casualidad duela un poco más:

“M. esperaba en el mismo sitio, inmóvil, pensativa, un tanto desconcertada: parecía una de esas infelices criaturas que en un momento determinado de sus vidas decidieron ser chicas formales, pero que ya en el presente, por razones que ellas no llegan a comprender del todo, el ser chicas formales empieza a no compensarlas en absoluto. Había en su rostro, en su sonrisa obstinada, esa tristeza conmovedora y perfectamente inútil de los que aconsejan a ricos y pobres que se amen.

Abandonándose temblorosa a sus brazos, transpiraba una especie de fatiga moral largo tiempo soportada, y que ahora la enardecía y la traicionaba: de aquella pretendida formalidad ya no quedaba más que la natural timidez y un dichoso aire de desamparo que él no habría sabido determinar, pero que le resultaba decididamente familiar y le inquietaba, como si en él presintiera un peligro conocido.”

Últimas tardes con Teresa [Juan Marsé]

lunes, 22 de marzo de 2010

Con los ojos cerrados.

Y en primicia para blogspot.com/hablodeputalatacones, me corto la lengua,me callo, y te lo digo todo de una vez.




[Cigarrillo en tu boca, arañazo en tu espalda]
Demasiado enferma para decir nada, pero la herida cura con rapidez.

lunes, 8 de marzo de 2010

21.

[Y tuve que entender
que aún hay otra luz que queda cuando en mí se pone el sol,
y ahí estoy, en la ardiente oscuridad]

Por fin aprendí que todo lo que tenga que pasar va a pasar en esta vida. Después de todo, tanto el cielo como el infierno están en un mismo lunes, y para los supersticiosos en el pie con el que se levantan. Inevitablemente aprendí que en una vida hay muchas vidas. Sonrío y también lloro cuando recuerdo mis otras vidas, otros lo llaman épocas, pero yo, que ya no me siento aquellas que fui, lo llamo vidas. Saber cuál es el hilo conductor entre mi Yo de ahora, con incipientes arrugas de expresión alrededor de mi sonrisa y mis otros yoes con ojos grandes y heridas en las rodillas corriendo en el patio del colegio, sólo es trabajo de filósofos.

Me gusta la idea de sobrevivirme, recuerdo mis sucesivas muertes, lo traumático del cambio y me estremezco. Nazco y muero tantas veces al día que probablemente dentro de unas horas odie a quien está escribiendo esto.

Hay algo que verdaderamente me gusta de esta idea. El hecho de habernos enamorado siendo otros, habernos besado siendo niños, ser sin querer aquellos adolescentes que ahora nos avergüenzan… me siento tan ajena… tan voyeur de mi propia vida.

Me encanta desconocernos.


Lo realmente excitante de bailar contigo de esta forma es saber que voy a seguir enamorándome de los que vengan después, sabiendo que aunque no eres tú, seguiré encontrándote. Me fascina la idea de cruzarme contigo en alguna de mis vidas, verte como un extraño, y que algo en mi interior te ame de forma clandestina mientras me dispongo a enamorarme de ti de nuevo.

Ya voy entendiendo el mecanismo. Lloraré, te echaré de menos, regalaré mi alma a la almohada, creeré que es la última vez, que definitivamente hemos muerto… Pero luego despierto. He sobrevivido. Es entonces cuando vuelvo a devorar tu cuerpo que cambia a cada minuto, siguiendo esos caminos resbaladizos que de una forma u otra sigo reconociendo.

jueves, 4 de marzo de 2010

My husband is a horse.

Mi marido.


El día que toqué por primera vez algas de mar con los pies, pensé en mi marido. El sol y el viento se fundieron en uno y se quemó la tierra. Por unos segundos recordé una canción suya y me sentí sola en la inmensidad del universo. Sería la única persona que en ese momento, en esa playa, estuviese pensando en él. Sería la única persona dentro de esa canción. Era placer efímero y me lo guardé sólo para mí. Exactamente igual que hizo mi marido.

Mi marido acaricia su pelo cuando habla. Creo que no lo nota. Se pone en plan intenso e interesante y en un gesto coqueto se coloca el pelo con los dedos. Muy rápido, sin prestar atención al movimiento, mientras te sigue mirando y te habla.

Mi marido hablaba por teléfono la primera vez que lo vi. Reconocería su voz en el desierto. Pero no hablaba conmigo.

Mi maridó sabía que cerraba un círculo, el mismo día que yo sin saberlo, abría otro.

Mi marido tiene una risa de niño de cinco años. Seguramente también tiene un corazón de cinco estrellas. Mi marido me acarició el corazón en la tripa y me convirtió en mestiza. Mi marido es magia.

Mi marido es un hortera, como yo, y bailamos Dirty Dancing en nuestra boda, y Elvis. Y lloramos como dos horteras.

Lo que más me gusta de mi marido es que es él. Lo que más odio de mi marido es que es él. Me provoca inspiración, es lo que mejor hace, y ni siquiera lo sabe.

Es perverso estar enamorada de mi marido. Es una perversión tan terrible que excita.


sábado, 20 de febrero de 2010

De lloronas que no quieren marcharse


Estas son las instrucciones:

Voy a quedarme muy quieta en una esquina del lavadero agarrándome las rodillas. Gritarás mi nombre. No contestaré. Será entonces cuando sepas perfectamente dónde estoy, pero no irás a por mí. Saldrás a la terraza para comprobarlo. Exacto: cemento. Cerrarás la puerta de casa con llave. Partirás la llave dentro de la cerradura. Bajarás todas las persianas y las sellarás con el cemento. Vendrás a por mí, pero yo ya no estaré en mi escondite. Al llegar al lavadero sonreirás. Se te escapará un "lo sabía".

A partir del momento en que entres en la habitación se me hace difícil predecir tu comportamiento. Un beso muy leve rozará la comisura derecha de tu boca. Morderé el hueso de tu clavícula. Tu piel enrojecerá al paso de mis dientes. También se me hace difícil predecir mi comportamiento a partir de este momento. Sólo sé que al final acabaré con la cabeza en tu costado. Ahí muy quieta me haré diminuta, y en la cadencia de tu respiración me quedaré a vivir.

¿Que si hace falta todo este ritual? No lo sé. Si el tiempo no va a pararse no se me ocurre otra forma. Necesito demasiado envasarnos al vacío. Permanecer un poco más antes de que nos volvamos a desvanecer.

lunes, 18 de enero de 2010

Y entre tanto malditismo, tú, simplemente, mueres de amor.

He vuelto a caer en mis viejas trampas. En mis malas y tercas costumbres, en perder el tiempo cuando no lo tengo y en hablar solo cuando estoy triste. Cuenta Sabina, que para escribir canciones de desamor, tuvo que irse a Praga, a quemar los bares a golpe de verso frío. Él gozaba de una de esas cómodas rutinas de amor domestico y a un amigo suyo le habían roto el corazón por lo menos en diez trozos. Unos llaman a las musas (y las violan) y otros hacen éstas cosas. Al final el argumento siempre es el mismo.


A mí suele pasarme que gozo también de una rutina [no de amor] doméstica. No te creas que me quejo, la verdad es que es muy cómoda, y siempre me lleva a los mismos sitios. Tarde, de madrugada y afortunadamente sin la compañía del humo, salen todos los cadáveres que tengo escondidos en el armario. Se pasean por la casa, que está en silencio, y se van turnando para sentarse a mi lado en el sofá. Algunos me cuentan los viajes que hemos hecho, otros me hablan de la noche, de las sombras que nos persiguen, y otros solo se ríen de mí.


Me cuesta mucho pensar cómo alguien puede escribir un libro. Un enorme libro de 268 páginas, con todo el tiempo que eso conlleva. Con cada uno de esos días y esas noches con tantos y tan drásticos cambios de humor. Yo sé que mataría a todos los personajes. Serían tremendamente retorcidos y acabarían los unos con los otros en una cena en una mansión, como en “Un cadáver a los postres”. Solo que mis personajes estarían basados en personas reales. Haría una última cena con los alter ego de muchos conocidos y ellos mismos se acuchillarían los unos a los otros. Y lo mejor es que yo ni siquiera tendría que sentirme culpable.


Hace tiempo vi “Desmontando a Harry” del siempre pesimista Woody Allen, y pensé que me encantaría poder leer la mente. No por la curiosidad de saber lo que alguien está pensando. Mi interés iría mucho más allá de todo eso. Sería algo así como poder ver a través de los ojos de otra persona, siendo yo misma, pero desde otro punto de vista. Sabiendo que soy yo, pero sin los prejuicios que conlleva ser uno mismo. Lo pensé, porque el cine de Woody Allen me parece de lo más exquisito e interesante. Y pensé que para hacer algo así hay que tener un mundo interior de lo más agónico. La típica cabeza que no se apaga ni siquiera cuando uno duerme. No se puede escapar de la eterna conversación con uno mismo, y eso es fatal. Pero sin embargo, fuera de casa hablando con otros, se está deseando constantemente volver para retomarla. Es bastante doméstica ésta soledad, no me falta razón.


“Me encanta, me encanta…un personaje demasiado neurótico para la vida, que sólo puede funcionar en el arte. Notas para una novela, posible inicio: Friedgin llevaba una fragmentada e inconexa existencia. Hacía tiempo que había llegado a ésta conclusión. Todo el mundo conoce la misma verdad, nuestra vida depende de cómo elegimos distorsionarla. Sólo tuvo serenidad al escribir. El escribir, en más de un aspecto le había salvado la vida…”





El deseo.