sábado, 20 de febrero de 2010

De lloronas que no quieren marcharse


Estas son las instrucciones:

Voy a quedarme muy quieta en una esquina del lavadero agarrándome las rodillas. Gritarás mi nombre. No contestaré. Será entonces cuando sepas perfectamente dónde estoy, pero no irás a por mí. Saldrás a la terraza para comprobarlo. Exacto: cemento. Cerrarás la puerta de casa con llave. Partirás la llave dentro de la cerradura. Bajarás todas las persianas y las sellarás con el cemento. Vendrás a por mí, pero yo ya no estaré en mi escondite. Al llegar al lavadero sonreirás. Se te escapará un "lo sabía".

A partir del momento en que entres en la habitación se me hace difícil predecir tu comportamiento. Un beso muy leve rozará la comisura derecha de tu boca. Morderé el hueso de tu clavícula. Tu piel enrojecerá al paso de mis dientes. También se me hace difícil predecir mi comportamiento a partir de este momento. Sólo sé que al final acabaré con la cabeza en tu costado. Ahí muy quieta me haré diminuta, y en la cadencia de tu respiración me quedaré a vivir.

¿Que si hace falta todo este ritual? No lo sé. Si el tiempo no va a pararse no se me ocurre otra forma. Necesito demasiado envasarnos al vacío. Permanecer un poco más antes de que nos volvamos a desvanecer.

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