domingo, 13 de marzo de 2011

El día que me enamoré de Nacho Vegas


Ha sido un fin de semana de fiebre y resaca, y como casi todos los domingos de este tipo he pensado que lo único que me puede entrar por los oídos es Nacho.

Nacho vino a mí de la mano de El tiempo de las cerezas, y a pesar del culto que he rendido a Bunbury, cuando escucho ese disco, veo a Nacho por todas partes, y muy poco al aragonés (¿guatemalteco? ¿mexicano?). Quizás por eso cuando te compraste este disco te costaba un poco más sentarte a escucharlo.

Porque querer a Nacho cuesta, las vibraciones de su voz no te atraviesan el estómago, no es profunda ni parece sacada de un mundo subterráneo. Al principio pensaba que si no era su voz lo que me enganchaba serían sus letras, pero no, porque hay otros grandes letristas con otras voces y no me enganchan. La voz de Nacho es la voz que quieres que te despierte un domingo de resaca, una voz que tiene cuidado, una voz que suena suave aunque te esté llamando puta.

El día que me enamoré de Nacho Vegas, ya lejos de El tiempo de las cerezas, fue con una de sus canciones que menos escucho ahora El hombre que casi conoció a Michi Panero. No es una de las canciones que más agarrada tenga en mis venas, pero creo que en ella está todo lo que Nacho suele verter en sus letras: reflexión sobre el fin de la vida, la naturaleza del ser humano sin artificios sociales, como un animal; amor cotidiano, sin idealizaciones, y ese tipo de sátira que me gusta pensar que es humor, porque acaba sacándome una sonrisa (Lo que comen las brujas).

Hacen falta cien escuchas para amar a Nacho, pero cien escuchas de una o dos canciones; al menos así es cómo empecé a amarlo yo. Hay un momento en el que toda la dificultad que entrañaba comprender sus largos versos desaparece. Ya puedes dejar caer brazos, ya puedes aflojar los músculos, ya puedes llorar tranquila (Morir o matar). Y cura, cura muchísimo.

Pienso que las personas tienen un ritmo interno, por eso hay ciertas músicas que nos calman, porque se sincronizan con esa cadencia interna nuestra, como una madre que mece a un niño. Nacho es como un bálsamo (Canción de palacio #7).

Considero que Nacho es uno de los mejores letristas que tiene este país en el momento. Precisamente por eso necesita cien escuchas, porque la historia –porque Nacho es un contador de historias (Mondúber)- cobra un nuevo sentido en cada escucha. De pequeña mi madre no me contaba cuentos, me ponía una cinta de casete –cara A y cara B- hasta que me dormía. Cuando escucho la historia que cuenta Nacho, suplico que no se acabe, que continúe, una desazón parecida a tener que gritarle a tu madre desde tu habitación que corra a darle la vuelta a la cinta.

Este es un poema que está recogido en el libro publicado con su antigua discográfica Limbo Starr, (Política de hechos consumados) es una edición especial con ilustraciones de Pablo Gallo. Un fetiche para cualquier seguidor:

Tengo un reproche que hacerle al mundo.
Lo culpo por haber desatado sobre mí
toda la furia de este mal incurable,
de esta patología del espíritu:
El doble don de la sensibilidad suficiente
para apreciar las cosas buenas y sencillas,
y la absoluta incapacidad para disfrutar de ellas.
No es la mala vida la que me mata, no;
es la vida toda
y mi conciencia extrema de ella
-vislumbre de la muerte.
Primero maldigo. Luego
reclamo un poco de atención:
Dimito como ser humano.

Con amor y absurdidad
, quede claro que en este horror no hay literatura. No.

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