miércoles, 16 de marzo de 2011

La historia de dos cuerpos desnudos en una habitación blanca

Así eran las cosas por la mañana. La luz hacía la habitación distinta pero impecable. No había rincón para el pecado en una mañana tan clara, en una habitación tan blanca y con un cuerpo tan etéreo encima de mi cama.


Habíamos dormido juntos muchas otras veces, en otras situaciones, otras camas y de otras maneras. Pero nunca habíamos acabado desnudos. Éramos dos amigos desnudos encima de una cama. Una fuerza extraña y sobrenatural me había despertado antes que a ella. Gracias.


¿Cómo era posible esa desnudez? La forma de su cuerpo debajo de la sábana creaba una línea curva perfecta, pulcra. Si hubiera sido uno de esos poetas, habría escrito una canción gloriosa sólo sobre aquella curva, sobre este momento preciso. O más fácil, más mediocre, más yo, me hubiera levantado y hubiera elegido sutilmente una cinta. El traqueteo sublime de una cinta que da paso a una oda de romance. El daydream de wallace collection con ese momento perfecto en el que se puede escuchar un atisbo de el lago de los cisnes. Pero no eran los noventa, no había traqueteo, y el silencio profundo del cuarto me impedía romper el ensueño, el daydream.


La miré como cualquiera de las otras mañanas. Era ella, era yo, pero no éramos nosotros. La sola idea de habernos desnudado el uno al otro dormidos, me estremecía. Intenté acercarme un poco, poniendo mi mayor empeño para no hacer ruido ni siquiera al mover las sábanas. Pensaba si se habría creado también una forma correcta entre mi nariz y la suya, y entonces aspiré. Aspiré su olor y mi cabeza se incendió. Era ella, era yo, éramos nosotros tantas otras veces. Su olor era mi cuaderno de recuerdos. Tantas veces había intentado mantenerlo cerrado, evitar lo inevitable, pero ya no más. La claridad era ahora absoluta y ya solo era cuestión de esperar un movimiento a modo de señal. El fuego en la cabeza estaba abrasándome los brazos y latía fuerte en las muñecas. La habitación se había llenado de humo, humo blanco, y si ella no abría la boca, los dos nos ahogaríamos, pero me moriría así, junto aquella estatua esculpida por algún ángel iracundo.

Podría haberme muerto y no lo hubiera notado.


Entonces, mi socorro estrangulado escuchó su redención.

- Hola bonito.

Y así, mi perdón.





[ to be continued ]

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