Llegamos tarde, eso es lo que nos pasa a los del 89, que llegamos tarde a los ochenta. Por eso nos ha tocado beber el último trago de su cerveza, las babas decadentes de una vida que nuestros padres nos narran pero que sólo hemos alcanzado a pasear por sus escombros. Asique aferrados a las anécdotas sagradas de nuestros padres nos empeñamos en bebernos la cerveza caliente que nos amarga el paladar pero que queremos beber a sorbos cortos para que no se acabe. Es lo que ocurre con las cosas míticas que incluso en su decadencia te hipnotizan. Y te las bebes.
Algo parecido pasó con el cine de verano, fiel a la estética de un pueblo de La Mancha, paredes encaladas llenas de desconchones, secas de un viento parado y seco… Ocurre con los pueblos de La Mancha, en su desencanto encuentras su encanto.
Hablábamos de ello a veces, de la tienda de golosinas empapelada con carteles donde Danny Zucko era el que retaba a Corleone. La tienda estaba ahí, pero todo el mundo llevaba su bocadillo en la mochila, y si pasabas a la tienda era porque tu abuela se había enterado de que ibas al cine o porque te gustaba pasar por delante de la pantalla y ver tu sombra dentro de la proyección.
Los últimos años el nieto del dueño se entretenía en hacer fotos con su Polaroid a los niños que pasaban a la tienda, y aunque en el pueblo todos nos conocíamos disfrutábamos buscándonos como estrellas de cine entre los carteles de la pared.
Todos se enteraron. Pasamos por delante del cine, y como todo lo que toca la sucia mano de los noventa, estaba derruido, la proyección del día: las siglas de una inmobiliaria. Pedimos a los obreros que nos dejaran pasar, atravesamos el patio sin hileras de sillas metálicas, ni azules ni retorcidas, nada y llegamos hasta la tienda de golosinas: allí estaban todos los niños sonriendo, sacando la lengua, abriendo unos ojos enormes preparados para comerse el mundo. Pero sin cine de verano.
Algo parecido pasó con el cine de verano, fiel a la estética de un pueblo de La Mancha, paredes encaladas llenas de desconchones, secas de un viento parado y seco… Ocurre con los pueblos de La Mancha, en su desencanto encuentras su encanto.
Hablábamos de ello a veces, de la tienda de golosinas empapelada con carteles donde Danny Zucko era el que retaba a Corleone. La tienda estaba ahí, pero todo el mundo llevaba su bocadillo en la mochila, y si pasabas a la tienda era porque tu abuela se había enterado de que ibas al cine o porque te gustaba pasar por delante de la pantalla y ver tu sombra dentro de la proyección.
Los últimos años el nieto del dueño se entretenía en hacer fotos con su Polaroid a los niños que pasaban a la tienda, y aunque en el pueblo todos nos conocíamos disfrutábamos buscándonos como estrellas de cine entre los carteles de la pared.
Todos se enteraron. Pasamos por delante del cine, y como todo lo que toca la sucia mano de los noventa, estaba derruido, la proyección del día: las siglas de una inmobiliaria. Pedimos a los obreros que nos dejaran pasar, atravesamos el patio sin hileras de sillas metálicas, ni azules ni retorcidas, nada y llegamos hasta la tienda de golosinas: allí estaban todos los niños sonriendo, sacando la lengua, abriendo unos ojos enormes preparados para comerse el mundo. Pero sin cine de verano.
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